viernes, 2 de marzo de 2018

En los armarios naftalina, en la vida libertad





La pregunta del millón es... ¿cómo es posible que nada ni nadie pueda ser carcelero del alma de otro ser?

Sí, a veces ocurre...
Tenemos poder sobre nosotras mismas, pero se lo entregamos a otr@s.

Una mujer liberada se ha hecho con su propio poder y ya no es dirigida por ninguna voz que no sea la suya, ya no escucha ninguno de esos mensajes amenazantes que seguramente estuvieron resonando en su cabeza durante años, alertando sobre los muchos peligros a los que podía exponerse... 

Esto del armario se identifica con el colectivo LGTBI, pero me temo que es algo universal. Donde hay un miedo hay un armario, hay una prisión...,   hay una entrega de poder...  Es una pequeña o gran cárcel donde una "voluntariamente" se introduce para protegerse de una amenaza..., a veces real y sentida de manera justificada, pero otras veces es más como una sombra chinesca: una ilusión, una percepción engañosa.        

Hay armarios horribles, hay armarios acomodados, y también los hay en plan mansión con jardín y piscina...  Los hay unipersonales, de a dos, de a tres, de pandilla de amigas y hasta familiares...   Pero sea como sea, un armario siempre es una cárcel.  

Al carcelero lo llevamos dentro, y nos guía como ovejitas al matadero, o al armario... 
Paralizándonos y autoarrinconándonos.   
Su rostro no es auténtico, sino que está hecho de falsas creencias..., de sentirnos indefensas, de empequeñecernos frente a ajenas necedades.  Le hemos entregado todo nuestro poder, y solo cuando lo desenmascaramos y nos hacemos con lo que es nuestro, nos liberamos...

Donde está el miedo está la salida, la puerta está abierta...
Es muy posible que esta afirmación sea "multiusos", que valga para todo...  

No es fácil, porque una ve monstruosidades donde solo hay ridículos enanitos haciendo el idiota...  
Allá fuera hará frío, pensamos.  
Allá fuera, alguien nos golpeará, nos prevenimos.  
Allá fuera, alguien dejará de respetarnos, sentimos. 
Allá afuera, alguien se disgustará, nos culpabilizamos. 
Pero en realidad, allá afuera... ningún monstruo/enanito resiste la dignidad de un paso empoderado que se le echa encima...
  
Hay que salir..., cruzar la puerta, reírse, extender brazos y piernas. Quizá llorar. Hablar, gritar, bailar, ser, existir...  Quererse. Porque el mundo no puede perderse a una mujer empoderada y libre, y una no puede alejarse de la vida entre naftalina. No es posible nadar y guardar la ropa.  No se puede encontrar la paz evitando la vida.
Y la vida nos llama a ser nosotras mismas. Sin cesiones.