jueves, 13 de julio de 2017

Lesbianas y patriarcado



Resulta que ser lesbiana todavía sigue siendo una especie de broma, de asunto exótico o fuente de excitación como juego erótico, cuando no algo sucio, repleto de prejuicios moralistas.  La mirada hacia lo lésbico sigue siendo una mirada patriarcal, y como casi todas las miradas de la cultura patriarcal, una mirada violenta hacia la mujer.

¿Por qué?, porque las propias lesbianas no hacemos de nuestra elección un asunto de actividad política, nos cuesta hacernos visibles, presentes, reivindicar quiénes somos y por qué lo somos. Comprensible, cuando esas miradas de innegable violencia nos han arañado desde la piel hasta el alma. 

Muchas veces el silencio, la pasividad o la discreción, nos convierten en una imagen inmóvil fijada en una especie de lienzo para ser observadas, despertando toda clase de respuestas o reacciones.

Cuando esa mirada procede de lo masculino: 
de admiración y deseo, "cuanta belleza, dos cuerpos mejor que uno";
de incredulidad, "es un cuento, el sexo entre mujeres es imposible, no hay pene";
de repulsa, "brujas pecaminosas",
de excitación, "un festín orgiástico que alimenta la imaginación";
hasta de complaciente ternura, "…qué bonita es la amistad entre mujeres, así no están solas";
o de ensoñación romántica, "Safo y su poesía, la idílica prohibición, que vive al margen pero dentro del margen". 

En caso de mujer lesbiana que vive sola la mirada puede convertirse en “ser virginal” o “abnegada profesional que ha renunciado a su sexualidad”, o en algo más perverso, "la que no es querible".  

Esto en el mejor de los casos,  cuando se trata de dos mujeres femeninas al uso, pero si a una de ellas la masculinizamos un poco (al uso también) ya la cosa cambia…:     entonces se trata de una machirula, envidiosa de los hombres, que trata de parecer hombre, que no sabe ser mujer, con otra mujer que posiblemente esté siendo manipulada.  Porque te conviertes en competidora.

Aunque lo normal es que nos hayan tomado tan poco en serio, que muchos hombres ni  siquiera se ponen celosos frente al acercamiento de su mujer o novia a una lesbiana, cuando de seguro frente a un hombre le saltarían todas las alarmas.

La otra mirada patriarcal, la femenina, tampoco tiene desperdicio.   Es la mirada de lo inverosímil.  Una mirada que se pierde entre la curiosidad, la incredulidad, una atracción que no siempre pueden reprimir, la repulsión,  la desconfianza por el temor a ser deseada por este bicho raro que es una lesbiana, o el simple juicio sobre una descuidada feminidad.  Porque no ven una mujer, ven un ser imposible, y en cualquier caso desconocido.  Un ser que no atiende a respuestas femeninas típicas, y se corre el peligro de que responda a estímulos puramente masculinos.  Un misterio amenazante o atractivo, según se mire.

La mujer heteropatriarcal que nos dice:  “soy hetero,  pero me he enamorado de ti”, es lo más peligroso que le puede ocurrir a una lesbiana.  Podrá ser bonito, pero nunca va a ir sobre ruedas.  No hay nada más surrealista que la imagen que puede llegar a hacerse una mentalidad patriarcal femenina sobre tu ser lesbiano…  Excitas como un juguete nuevo, pero será extremadamente difícil competir con el ideal de príncipe azul, o te darás de bruces con él y todo el imaginario Disney.  Y si el problema es que se cansaron de príncipes azules, entonces les basta con los revolcones, lo que provocará, sin ninguna duda, efectos secundarios muy nocivos.  

¿Pero qué opinamos las mujeres lesbianas de todo esto?  Nadie lo sabe excepto las lesbianas. 

¿Y por qué? Porque nos callamos, porque hemos convertido en discreción la incomprensión.  Lo que parte de la población interpreta  como un macroharén social rebelde sin dueño que solo nos contamos nuestras cosas cuando estamos juntas en grupitos.  Y nos reunimos para entregarnos a la sensualidad y las risitas tontas, o al horrible pecado de la sexualidad.  O bien, odiamos a los hombres y conspiramos.  Unas veces despertamos simpatías,  de patriarcal generosidad. Otras,  aversiones.  Y otras veces, simplemente, no creemos en que podamos ser comprendidas.   Al final silencio y pocas complicidades con el resto de la población.
 
El respeto, el auténtico respeto,  es algo que se va consiguiendo según avanzamos en nuestra propia evolución, en nuestro propio autorespeto.  En esa conciencia de que no hay nada erróneo en nosotras, nada fallido, nada desviado, nada antinatural.  Y según avanzamos en confianza:  el siglo XXI nos va trayendo hombres y mujeres nuevas, frente a las que sobra el temor y la vergüenza por ser una mujer que no empareja con hombres; que no conecta, que no evoluciona desde el estímulo de atracción sexual hacia la complicidad y conexión emocional con un hombre. Una confianza que poco a poco se ha ido instalando en nosotras, que nos va permitiendo asomarnos al mundo y decir: "existimos, y tenemos derecho a ser felices".  

Las lesbianas somos lesbianas porque quizá hemos comprendido desde siempre, o recientemente,  (allá cada una con sus tiempos), que el amor no es un contrato social, ni una conveniente construcción que nos facilite la vida, no es una compañía que nos mantenga la cama caliente, ni una protección que nos alivie la vulnerabilidad de ser mujer, ni un haber más en nuestro status ciudadano, tampoco es el medio para ser madres, ni es un proyecto de vida.   No nos entregamos al amor por conveniencia precisamente. Lo de ser “buena esposa” nos parece de otro planeta. La sexualidad no es una cosa vaginal.  Si no nos aman, cogemos nuestras cosas y nos vamos.  Si no amamos, también.  La carrera profesional de nuestra compañera no es nuestra, es de ella.  Y sobre todo, entendemos que somos libres y autosuficientes desde el principio de los tiempos.  No nos gusta la violencia, en ninguna de sus formas de expresión.  Amamos, y punto.  O para siempre, o no. Depende.

No hacemos teatro con nuestros cuerpos, que es algo que algunos llaman “tener pluma”.  No necesitamos exagerar nuestros atributos femeninos.  Nuestro lenguaje nace desde más adentro. Nos conquista la inteligencia, el ingenio, la complicidad, la ternura, la pasión.  Un cóctel difícil.  Las curvas de la cadera son una anécdota en el cuerpo.  No nos dan miedo las mujeres fuertes, independientes, sino todo lo contrario, las adoramos.  No nos gusta que nos traten como si fuéramos de cristal, ni que nadie se parta la cara por ti o por salvar al mundo. Un héroe es una cosa de otros tiempos.  Y una “mujer fatal” nos resulta una imagen patética y bochornosa.

No, nos gustan los hombres que saben llorar y que también sienten miedos. Y las mujeres que son libres.  Porque nos parece lo más natural del mundo reír y llorar, y tener miedo, y ser libre.  No somos menos mujer por no ir exquisitamente depiladas, o por no vestir faldas, o porque nos gusten los deportes de riesgo, o porque no perdamos la cabeza por un anillo de compromiso, o porque no nos conformemos con ser deseadas y admiradas por nuestra feminidad, o porque nuestro fin en la vida no sea ser madre.

No habitamos un mundo paralelo e inaccesible. Somos sensibles, somos empáticas, somos generosas, pero no somos idiotas. No al menos en mayor o menor medida que el resto de la población.  Pueden asolarnos las mismas pasiones que asolan a todos los mortales desde que el ser humano es ser humano, y nos enfrentamos a los mismos retos.  

Vamos, que no hay nada especial en ser lesbiana…, salvo que no cuadramos en estereotipos, y hay tantas formas de lesbianismo como lesbianas.

Al mundo le está costando entender la diversidad, por eso es bueno que nos mostremos y reivindiquemos lo que somos, siempre desde el poder del amor propio y el autorespeto.  Una reivindicación que tan solo consiste en ser, sin más, y sin menos.  Sin freno, sin autocensura, sin silencios, sin apariencias.

¿De dónde venimos? De donde viene todo el mundo, de la Vida.   Pero una mujer lesbiana  que ha aprendido a conocerse, y a quererse, y a ser y estar en el mundo tal cual es ella, en la soledad de la incomprensión y la falta de respeto, además, se ha hecho fuerte.  

La Libertad ama a la Justicia, ambas femeninas.  Qué mejor imagen que ésta para reivindicarnos.