viernes, 11 de agosto de 2017

La libertad como ejercicio de amor propio

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La línea que sigue la historia de las libertades en nuestro país va en ascenso a partir de los años 80, recién estrenada una época fascinante en la que la sociedad en su conjunto va dejando atrás la rigidez moral de un tiempo en blanco y negro, un tiempo en donde toda la escala de grises resultaba ser sospechosa de algo: sospechosa de ideas peligrosas, de tendencias obscenas, de ilegalidades, de oscuridad, de podredumbre ética y moral, de libertinaje, de pecado, de desviaciones endemoniadas…  
  
Las lesbianas en su conjunto, remontando las tres últimas generaciones, hemos ido abriéndonos paso al borde de esa línea en ascenso que poco a poco nos ha ido dejando respirar, asomarnos tímidamente, caminar erguidas, hasta ponerse en pie.  Entreabriendo las puertas de los armarios, saliendo al amable pasillo de casa, asomándonos a una ventana, abriendo la puerta de la calle, cruzando el portal hacia la calidez del barrio conocido, hasta finalmente abrir los brazos de par en par y gritar de alegría: “¡soy!”.  

Y hemos llegado a caminar por donde deseamos, con la soltura y seguridad que nos otorga sentirnos y sabernos dentro del círculo de normalidades al que el mundo nos ha invitado a entrar después de mucho picar contra la línea roja que separaba lo admisible y amable de lo intolerable y despreciable.
 
Desde el otro lado de aquella gruesa e injusta frontera han sido cientos, miles, las voces que exigían libertad, respeto, inclusión…, obteniendo como respuestas el rechazo, el insulto, la denigrante voz de la rancia superioridad heteronormativa que gritaba: “¡No, tú no!”   Hasta hoy, día en el que ser quien eres es sólo una cuestión de amor propio.  Tan fácil y tan difícil como eso.

Amor propio que ha dejado de creer en ajenas voces de condena.
Amor propio que nos blinda de cegueras que persisten y rumiantes juicios irrespetuosos.
Amor propio que nos ha puesto frente al espejo y nos ha hablado del derecho a ser quienes somos.
Amor propio que nos ha dado las alas para estar en el mundo eligiendo libremente cómo y con quién estar.

Este es ahora el ejercicio final de nuestras libertades, un ejercicio de amor propio.

Hoy,  esa frontera ficticia entre lo normal y lo anormal es tan solo una proyección monstruosa de enajenaciones pasadas. 

Love yourself and be free!

martes, 1 de agosto de 2017

La avioneta de la ignominia



Para las personas que hemos vivido en y desde la desigualdad y luchado por las libertades,  el espectáculo de las campañas que una asociación homófoba como HazteOír lanza sin escrúpulos con el beneplácito de la administración, es bastante frustrante. 

Hemos luchado, si, pero no contra nadie, sino para quitarnos de encima tanta cansina ignominia que no tiene reparos en desear que el mundo siga siendo un mundo en blanco y negro, donde sus divinas normalidades aplasten al diferente.   Hemos luchado, sí, por nuestra dignidad, enfrentándonos en infinidad de ocasiones a la prepotencia de un pensamiento castrante con la diferencia, tan irracional como dogmático, tan estúpido como soberbio.

Esta gente siente como una amenaza que sus hijos aprendan que la diversidad existe y que hay que respetarla…  Sienten como una amenaza que sus hijos puedan un día llegar a casa y contarles que no son lo que ellos quieren que sean…  Y sienten como una amenaza que el mundo olvide sus dogmas y cruadrículas morales,  y se deje de tratar con respeto lo que sus mensajes divinos proclaman como única verdad. 

Hoy la ciencia y el sentido común a esto le pone un nombre y viene precedido de un sustantivo descriptivo: patología.

Si desean seguir maltratando a sus hijos homosexuales, nadie va a ponerles trabas, (aunque debieran).  Si desean seguir autoflagelándose por sus propias orientaciones sexuales reprimidas, nadie se lo va a impedir. Si desean seguir viviendo en esa estúpida nube de superioridad, allá ellos y sus desvaríos.  Que se metan en sus iglesias y enloquezcan de pasión divina.  Que sigan sintiéndose superiores al resto de la humanidad.  Nos da igual.   Que sigan asumiendo ciégamente cuantas creencias les han contado sin cuestionar ni una sola coma de sus biblias.  

¡Pero que nos dejen en paz! 

En este mundo cabemos todos, y en igualdad de condiciones.  Así que vuelen su bonita avioneta y la estrellen contra el Estado de Derecho, contra los Derechos Humanos, contra nuestras normas fundamentales y las leyes que las desarrollan.  Que la estrellen contra la evolución social y el sentido común, y contra la inteligencia y buen sentir de millones de ciudadanos que miran con incredulidad el bochornoso y ridículo espectáculo de su trasnochada ideología seudoreligiosa.  Que la estrellen contra la fuerza de quienes hemos conseguido sobreponernos al yugo de su intolerancia y falta de respeto. 

Este verano se van a encontrar ustedes con las playas llenas de arcoíris.
 
Váyanse a casa a rezar.  Aunque lo mejor sería a estudiar, pues están ignorando que el mundo evoluciona, y no gracias a ningún dios, sino a la piel que se deja la gente luchando por sus libertades básicas y su dignidad.  Y no se preocupen, no se sientan mal por ello, no es la primera vez que las sociedades tienen que superar prejuicios, aunque los tengamos enquistados.