Miren Azurmendi Saez de Asteasu. "Ellas".
Al fin, Berta y Olga son felices. Se conocieron en el Ballet Nacional en noviembre de 2014 en una prueba para interpretar a la protagonista del Danubio azul. Desde entonces no se han separado e, incluso, planean su boda para este otoño. Lo suyo fue un verdadero flechazo que permanece intacto como el primer día. Sin embargo, hasta conocerse sus vidas no han sido precisamente un camino de rosas.
Berta es natural de Papúa Nueva Guinea y su lesbianismo le costó décadas de vejaciones, insultos y palizas. El detonante de su precipitada salida del país fue el intento por parte de su padre de esterilizarla al considerarla un ser inferior, incapacitado para tener descendencia y un deshonor para la familia.
Olga, nacida en Pola de Siero, también ha vivido en carne propia la maldad y la incomprensión de los intolerantes. Harta de ser siempre la excluida del grupo, cayó en la anorexia, comenzó a creer que merecía el rechazo social por ser una inadaptada. No sabía qué estudiar ni qué hacer con su vida, no comprendía por qué le costaba tanto conectar con la gente y dejó de comer como castigo autoimpuesto. Se debatió entre la anorexia y la bulimia durante años hasta que tocó fondo. La danza clásica le descubrió un mundo nuevo, lleno de posibilidades que supo aprovechar con enorme tesón hasta convertirse en una reconocida bailarina.
Ahora, más viejas y curtidas, son compañeras de compañía y no dejan de repetirse cada día lo mucho que se quieren y admiran. Orgullosas de sus logros profesionales siempre recuerdan con emoción contenida su adolescencia. Esos años de autoconocimiento y transición en los que las lágrimas y los golpes les enseñaron a resistir, perseverar y a ser fieles a sí mismas. ¿Por qué vivir en las sombras? ¿Qué es la vida sino riqueza de matices y convivencia?
Segundo Finalista
Esther Piá Fenollar. "Así de Simple"
A medida que nuestras risas se van calmando, sé que ha llegado el momento, y se despierta de nuevo la duda que ha amenazado estos últimos meses con asfixiarme: si seguirá amándome después de lo que voy a decirle hoy.
Silvia ha notado que la miro fijamente y ha dejado de prestar atención a la pantalla. - ¿Qué pasa, cariño? – me pregunta.
¿Realmente me pasa algo? ¿Tanto se me nota?
- Silvia… He de contarte algo… importante. Hay algo que…
¿Cómo decirlo? ¿Algo nuevo? Nuevo no, porque lo hemos debatido muchas veces, pero siempre en abstracto. ¿Será distinto ahora, que ya tengo fecha y hora para la operación, ahora que ya no hay vuelta atrás?
- Bueno, lo hemos hablado muchas veces. Sabes que no estoy a gusto en este cuerpo. Me siento muy afortunada de haberte encontrado, de que me ames tal y como soy, pero… Pero hay una parte de mí que… Que ya no soporta…
Noto un cambio en su expresión. Una chispa sagaz en sus ojos, una sonrisilla que va creciendo, y antes de que pueda seguir hablando, mi novia me corta:
- ¿Vas a hacerte chico, no?
“Si quieres”, pienso automáticamente. “Si a tu familia le parecerá bien”, “si esto no afecta a nuestra relación, si, si, si….” Pero sería mentir. La fecha está puesta. Mi corazón está decidido, siempre lo ha estado.
- Sí. – respondo. Trato de sonar firme, pero cuando ella coge mi cara entre sus manos, noto que estoy temblando. Me muerdo el labio para no llorar mientras le pregunto, terriblemente asustada, sintiéndome idiota: - ¿Me quieres?
Levanto la vista y me sorprende ver que Silvia está llorando por mí. Recuerdo perfectamente lo que me dijo: - Sería imbécil si no te quisiera, estúpido. Te quiero con pechos, con pene o sin ninguno de los dos. Te quiero a ti y eres tú quien me importa. ¿Lo entiendes?
Lo cierto es que no lo entendí, pero supongo que el amor no se entiende.
Tercer Finalista
José Miguel García Navarro. "Más vale tarde"
Jacinto se sentía exhausto y estresado. Su conciencia le recordaba cada mañana que debía cambiar algo, y se lo hacía ver en forma de nervios, náuseas y mal humor. Llevaba sufriendo así años, con temores y vacilaciones. Al principio lo sobrellevaba, sin embargo ya no soportaba ciertos comportamientos de la sociedad hacia el colectivo LGTBI. Allá a donde iba se topaba con menosprecios, más o menos graves, directos o indirectos. En su trabajo, en el metro, paseando por la calle o incluso en los vestuarios de la piscina.
Hasta ahora había mantenido la boca cerrada, por temor a ser reprendido. ¿Y cuántas veces se había arrepentido de no hacer nada? ¿Todas? Sí, o casi todas. ¿Debía haber regañado hacía dos días a aquel amigo suyo por llamarle mariconazo? No lo hizo, porque fue un saludo cordial de esos que sueltas cuando hace tiempo que no ves a un viejo colega. O eso pensó Jacinto.
Y como la paciencia se había desbordado, Jacinto decidió un día levantarse y gritar para desahogarse. No sería menos hombre por salir del armario. Estaba harto de disimular, de aparentar algo que no era. De acudir a reuniones y seguirle la corriente al resto. Tenía amigos gays, y no parecían muy infelices. Así que, ¿por qué esperar más? Aunque le importaba su familia. ¿Qué pensaría su mujer? La había engañado durante años. La quería, pero no la deseaba, porque a Jacinto no le van las mujeres. ¿Y sus dos hijos? ¿Qué dirían al enterarse de que su padre les había engendrando fantaseando con hombres? Bueno, pensó, al menos mi conciencia me dejará tranquilo.
Jacinto meditó cómo dar la noticia. El primer impulso fue publicarlo en las redes sociales, pero lo descartó. Seguramente algún gracioso haría algún comentario xenófobo al respecto, y quedaría grabado por escrito hasta el fin de los tiempos. Así que, descartada la primera opción, se decidió por la segunda y más razonable: salir en la tele. «María, hoy a las cuatro y media saldré por la tele. Te quiero». Jacinto avisó a su mujer a través de un mensaje de texto. Más tarde, todas las cadenas cortaban la programación y emitían un informativo de última hora. «Interrumpimos la retransmisión para ofrecerles un comunicado urgente. Conectamos en directo con el Palacio de la Moncloa donde se encuentra, esperando desde hace ya un rato a los medios, el Presidente del Gobierno, don Jacinto Etxebarría Recasens».